Opinión Manuel Ríos Ruiz
Alemana de nacimiento, Eva María Garrido con dos semanas de vida ya estaba en Armilla, lar granadino de su familia. Y con doce años bailaba con Mariquilla y Mario Maya. Enseguida, para perfeccionar sus actitudes artísticas, estudiaría arte dramático en Sevilla y coreografía en Cuba. A la vuelta, perteneció a distintas compañías flamencas en giras, con su nombre cartelero: Eva La Yerbabuena. Después de ser artista invitada del Ballet Nacional de España, crea su primer espectáculo: “Eva”, iniciando una triunfal trayectoria por los cinco continentes, actuando en los principales coliseos y teatros, con sus renovadas coreografías, por lo que puede ser considerada la figura más internacional del género, mereciendo importantes premios, entre ellos Flamenco Hoy, El Público, Giraldillo, Nacional de Danza o el británico Time Out tan prestigioso. O sea, una trayectoria auténticamente admirable.
Tras catorce meses sin bailar para consumar su maternidad, en “¡Ay¡”, espectáculo estrenado en Londres, Eva La Yerbabuena, de riguroso luto y sin faralaes, vestida como una lorquiana plañidera, ha prescindido del cuerpo de baile y ha concebido una función sumamente intimista, basada sencillamente en el dominio de su arte, yendo de la tradición a la evolución con su baile personalísimo, mediante seis estampas en las que predomina, a veces con exceso, la expresión corporal, desde un inicial estremecimiento sobre una toná a los más variados escorzos, tanto donosos como hieráticos, alternados con su poderoso taconeo, lo mismo sobre el arpegio musical de la guitarra magistral de Paco Jarana, que sobre la percusión o el violín, con tres cantaores idóneos para bailar: Enrique El Extremeño, José Valencia y Jeromo Segura, que además interpretaron cante “alante”, mereciendo los aplausos del respetable que llenaba el aforo.
Ahora bien, al final del concierto y con mucha diferencia de todo lo escenificado a lo largo del programa, es con la interpretación de su siguiriya del mantón, rematada por bulerías, cuando el público se entrega siempre a Eva La Yerbabuena, con una cerrada y larga ovación. Puede decirse que en este número siguiriyero y buleaero, es sin lugar a dudas, donde la original bailaora pone de relieve de una manera rotunda, total, espléndida, una razón indiscutible, la que determina por qué ocupa lugar tan privilegiado en su arte.
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